"La agricultura era antes un trabajo más físico, ahora más técnico", dice Antonio Caballero Clérigo.
Al suroeste de Palencia está Castromocho, un pueblo pequeño y bien cuidado, a pocos kilómetros de la capital. Allí nacieron y siguen viviendo Angelines y Florencio. Cuando eran niños, en los años cincuenta, en el pueblo había casi mil vecinos, fundición y dos fábricas de harina; hoy quedan unos doscientos, y la agricultura es el motor económico principal de la zona.
El matrimonio, además de tres hijos, comparten un amor profundo por el campo. A Florencio (63 años) le mandaron de niño a estudiar fuera, y de jovencito a Barcelona, a trabajar en una tienda. “Pero a mí me gustaba la agricultura, y me gustaba ya mi mujer, y en cuanto pude me saqué el carné y me puse con el tractor”, comenta.
Empezaron con lo puesto y un par de tierras arrendadas, con chotos y ovejas; luego se centraron en la agricultura, primero de secano (cereal, girasol), y luego de regadío (alfalfas, maíz, guisantes), cuando Castromocho pudo beneficiarse del agua del ramal de Campos del Canal de Castilla.
En cuanto pudo, Florencio puso el primer pívot de la comarca: “algunos decían que estaba loco, pero yo siempre he tenido mucha confianza en que la agricultura tiene futuro, y la prueba es que hoy todos los que tienen la agricultura un poco curiosa tienen uno”. Y así, año a
año, fueron cayendo préstamos, parcelas, maquinaria, y muchos días de “levantarse muy pronto y acostarse muy tarde, sin coger vacaciones hasta hace cuatro años, que les tocó un viaje que sorteaba ASAJA-Palencia a la playa y les gustó tanto que desde entonces salen una semanita todos los veranos.
En su caso bien vale aquello de “tanto monta, monta tanto”. Ambos son titulares, tienen sus propias explotaciones, y comparten al cien por cien la tarea, con total compenetración. Si Florencio se va a segar el forraje y ni se acuerda de parar a comer, a Angelines (62 años) no le duelen prendas de pasar la tarde del domingo con el tractor “eso sí, después de haber ido a misa y tomado el vermú”. Y no me he lanzado a la ganadería “porque mis hijos no me siguen, porque a mí me encantan los animales y en casa de mis padres hice muchas veces queso”, explica.
Lo único que se les resiste de la profesión son los vericuetos de la tecnología, GPS y demás, de los nuevos tractores. Pero para eso ya cuentan con la ayuda del pequeño de sus hijos, Antonio, que, a sus 28 años, lleva ya casi diez en la agricultura, “un trabajo que antes era más físico y ahora más técnico: en menos tiempo haces más
cosas”.
Considera, como para otros muchos jóvenes, que el mayor inconveniente son las grandes inversiones que hay que hacer, “y el retraso con el que llegan las ayudas: si no te respaldan, es imposible afrontar los créditos”. Aun así, confía en “poder vivir toda mi vida aquí: estoy contento en el campo”.
Teresa Sanz Nieto, asajacyl, 7 julio 2014.
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